En el mes de la raza, revisamos parte de la increíble historia de algunos de nuestros pueblos originarios típicos chilenos.
Atacameños
Comenzamos el viaje en el extremo norte del país. En los valles de las cordilleras de Tarapacá y de Antofagasta aparece un pueblo que se extendía por la Puna de Atacama. Agrupados en pequeñas casas de piedras, identificamos a los Atacameños.
Adaptados a un medio hostil, por la escasez de tierra cultivable y de agua, aunque suene increíble, fueron simultáneamente agricultores y ganaderos gracias a una técnica y eficiencia muy elevadas pues utilizaban regadío artificial, con complicadas redes de canales que, alimentados por estanques artificiales, aseguraban la irrigación de las terrazas.
En cuanto a objetos y alfarería, los reconocemos por sus piezas con fines religiosos-ceremoniales. Roja y negra, pulida o grabada con motivos antropomorfos (figuras humanas) y geométricos, su cerámica fue sobresaliente. Tuvieron además, otras artesanías en totora, cuero, hueso, lana, algodón, piedra y hasta pelo humano. Su lengua era el kunza y actualmente la reconocemos porque las palabras Atacama y Calama lo son.
Aymaras
En Chile están ubicados en las regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá y Antofagasta. Desarrollaron una intensa agricultura en base a la producción de maíz, papa, locoto, zapallo y oca, gracias a una extensa red de canales para la conducción del agua, con un conocimiento tecnológico de manejo hidráulico. En la zona altiplánica, los aymaras vivieron en base a una economía ganadera de llamas y alpacas. De estos animales obtienen la carne y derivados como el cuero y la lana. Quizás los pueda identificar mejor si le digo que las típicas mantas nortinas de colores fuertes tienen su origen estético y técnico del pueblo Aymara.
Este pueblo fue y es muy religioso, creen en la existencia de varios dioses, a quienes hay que rendirle pleitesía según las distintas actividades que desarrollamos diariamente. Su principal deidad es “La Pachamama”. El Machaq Mara es la fiesta donde se le rinde homenaje con ofrendas que aseguren el restablecimiento de la armonía.
Diaguitas
Al sur de los atacameños vivían los Diaguitas. En cuanto a agricultura y técnicas de regadío se asemejan mucho a los Atacameños, pero es en la alfarería donde tenemos mucho que aprender de ellos, ya que ninguna otra cultura de Chile pudo alcanzar tal grado de perfección en la cerámica. Destacan las escudillas, que eran platos con paredes rectas decoradas con figuras geométricas; los jarros zapato, de boca ancha con cuerpo alargado hacia un extremo, no se pintaban ni decoraban, pues servían para cocer alimentos; y el jarro pato, con la misma forma del anterior, con un asa arqueada y la figura de un pájaro pintado en un extremo, por lo que asemejaba a un pato nadando. Otras artesanías llevaban como motivo la cara de un hombre.
Los tiestos sin decoraciones estaban destinados a fines domésticos, y otro utilizado en ciertas ocasiones, pintado con dibujos geométricos en rojo, negro y blanco tenían una condición ritual.
Cuando llegaron los españoles, los Diaguitas y Atacameños ya habían pasado a formar parte del Imperio Incaico.
Llegamos a la zona central y aquí destacamos a nuestro principal pueblo indígena, a quienes se le atribuye nuestro carácter nacional y presente en el ADN de la mayor parte de la población chilena. Hablamos de los Mapuches.
Los Mapuches eran un pueblo nómade proveniente de la región argentina de Neuquén. Cuando llegaron a nuestro país se convirtieron en sedentarios y se sabe que en el siglo XVI conformaban el conglomerado poblacional más grande de Chile, con más de un millón de habitantes.
Su origen mítico se sitúa en la lucha entre las serpientes Kai Kai y Ten Ten, pelea que derivó en un diluvio que los obligó a refugiarse en un cerro cerca del río Biobío a partir del cual poblaron la Tierra.
Se organizaban en tribus, grupos congregados por el parentesco y el territorio. El jefe civil de este linaje era el “Lonko”, un hombre anciano que aconsejaba y solucionaba los problemas que surgieran entre los parientes. Por otro lado, quien dirigía en situaciones de conflicto y guerra era el “Toqui”.
La visión religiosa del pueblo mapuche se basaba en la existencia de un mundo poblado de espíritus y dioses, siendo el Pillán o Neguechén el creador de todas las especies vivas y quien tenía la facultad de conceder la vida y la muerte. A esta deidad se asociaban manifestaciones de la naturaleza, como los truenos, el fuego, las erupciones volcánicas y los sismos.
Si nos trasladamos al sur del país, aparecen los pueblos más alucinantes y particulares. Hombres y mujeres altas, de escasa arquitectura, abrigo y confrontación, tres pueblos principales lograron hacer frente a la adversidad climática y geográfica mimetizándose con ella.
Selknam u Onas
De carácter nómade terrestre, los Selknam se situaron en el territorio insular de Tierra del Fuego.
Vivían en pequeños grupos, formados por unas pocas familias, las que en conjunto sumaban más de veinticinco o treinta personas.
Cazadores y recolectores, hábiles en el uso del arco y flecha, se alimentaron principalmente de la murtilla, el calafate, algunos productos marinos y el guanaco, al que además extrajeron su piel dando paso a sus míticos abrigos.
Dentro de la organización social, un personaje de singular importancia era el Chamán, a quien se atribuía poderes sobrenaturales y actuaba como curandero, mago o brujo y creían en Dios, al cual llamaban Temaukel, que vigilaba a los hombres a través de las estrellas.
Actualmente se les reconoce en las fotografías y representaciones artísticas por su pintura corporal, la que tuvo por finalidad proteger la piel del clima frío, usando una gruesa capa de arcilla mezclada con grasa animal. Los colores con los que se expresaban eran rojo, blanco y negro, y mediante los diferentes símbolos que dibujaban en su cuerpo exteriorizaban su estado de ánimo.
Pero los Onas no lograron sobrevivir a la colonización del siglo XIX. Matanzas, deportaciones masivas, circos humanos y enfermedades infecto-contagiosas introducidas, terminaron por desaparecerlos. Sin duda hay una deuda histórica que resolver con este místico pueblo originario.
Kaweskar o alacalufes
Desde Coyhaique hasta el Estrecho de Magallanes los Kaweshkar eran nómades del mar. Navegando entre canales y fiordos, bordeaban las inhabitables y frondosas islas australes.
Su vida la vivían en resistentes canoas, en familias conformadas por esposa, esposo, hijos y un perro de mascota. En este espacio la mujer era la jefa. Sólo ella sabía nadar y era la encargada de remar. En el interior de las canoas, hacia un extremo, un fuego estaba prendido día y noche para calentar la comida, abrigar y hacer de guía para no chocar con otras canoas.
Al amanecer, la mujer remaba hacia los roqueríos, dejaba a los varones de la familia pescando y cazando y luego se dirigía hacia aguas bajas, donde buceaba o mariscaba para extraer langostas y erizos.
Prácticamente no utilizaban ropa y el secreto era el uso de grasa de lobo marino como abrigo. En situaciones rituales también usaban la pintura corporal. Cuando iban a ser padres, los hombres se cubrían de color rojo y se adornaban con plumas blancas el hombro derecho y el pecho. Por el contrario, si se trataba de la muerte de un familiar, coloreaban su rostro con pintura negra.
Sin duda los Alacalufes son uno de los pueblos originarios más asombrosos, un pueblo nacido en el mar.
Terminamos el viaje por nuestros pueblos originarios con los Yaganes, otro pueblo canoero, pero aún más austral que los anteriores.
Los Yaganes poseían embarcaciones de roble, con una longitud de hasta cinco metros. Sin embargo, eran muchas veces un medio de transporte más que una vivienda, pues gracias a las condiciones climáticas y pampa austral, pudieron pasar bastante tiempo en tierra, donde levantaban toldos con armazón de ramas cubierta de pieles y que mantenían siempre una fogata encendida en medio. Por su condición de aislamiento, los Yaganes no presentaban jerarquías más allá del respeto al padre de la familia.
Cubrían sus cuerpos con grasa de lobo marino y vestían solo una corta capa de pieles que les llegaba hasta la cintura y usaban collares de conchas y hueso de animal.
A partir de 1891, la gobernación de Magallanes otorgó terrenos de la Isla Navarino a colonos particulares comenzando el ocaso definitivo del hábitat de este pueblo indígena.
Aún queda eso sí un tesoro vivo, de 92 años y residente actual en Puerto Williams, Cristina Calderón es la última hablante nativa del idioma Yagan.
¿Cuál de todos los pueblos originarios le gustó más comadrita y compadrito? Sea cual sea, nunca está de más conocer un poco de la historia de la tierra que pisamos y nos da de comer y quizás, rescatar algo de su sabiduría y aprender a adaptarse a la naturaleza y geografía que nos rodea y no al revés ¡Salud por todos los pueblos!