La Pichanga de Barrio
Se nos dice que el fútbol es más que un deporte, es una pasión. Y lo cierto es que son cientos las horas que se dedica a la cobertura de los encuentros entre los clubes más importantes y los campeonatos más prestigiosos dentro y fuera de Chile. Pero tanto como aquellos que combaten en la cancha, está el apoyo incondicional de una hinchada que no se rinde, que no abandona, hinchada compuesta por cientos de miles de chilenos que no se conforman sólo con sentarse a mirar un partido desde el otro lado de una pantalla, ni vivir la emoción de un encuentro en el calor del estadio. Hoy queremos hablar del hincha que lleva el fútbol en la sangre, que ve en cada sitio baldío, en cada pasaje poco transitado y por qué no, incluso en el living de la casa una oportunidad para desplegar una cancha imaginaria y enfrascarse en una buena pichanga.
Porque a pesar del origen extranjero de este deporte, más de cien años en nuestro territorio lo han convertido en una parte importante de nuestra identidad. Y durante la vasta historia del fútbol chileno hemos presenciado el ascenso de tantos ídolos, héroes con voluntad de hierro que han sido capaces de dar vuelta los partidos más difíciles y como tanto se ha dicho, hacer historia. Héroes nacidos de esos barrios en que el fútbol es otra forma de convivencia social, un espacio en el que las amistades son intensas y para siempre, en el que tu equipo es también tu familia, y en el que las condiciones amateur de las canchas los obligan a desarrollar un juego bravo, lleno de destreza y picardía y por supuesto, de reacciones rápidas y corazón. Héroes como nuestro Gary Medel, que en corazón y garra no existe hombre de acero capaz de compararse.
Héroes nacidos de esta cultura futbolera que ve en este deporte la posibilidad de una catarsis, de triunfar en escenarios mundiales, de poner sus nombres y el de Chile en la palestra. Pero el fútbol chileno también se vive en las pichangas del barrio, en los partidos improvisados de las empresas, los breves encuentros de los recreos y los eternos partidos de fin de semana en los que gana el que convierte el último gol. Un fútbol al alcance de todos, y en que todos somos iguales ante el árbitro que sin importar el resultado, terminará uniéndose al grupo en la celebración posterior, al rededor de una mesa compartiendo un asadito.
Un fútbol en el que las tensiones de la vida cotidiana quedan atrás, en el que todos somos protagonistas, un fútbol que como los chilenos, resiste, goza y da la pelea. Que tiene sus propias reglas con arcos improvisados y sobrenombres pegajosos, con sus pausas obligadas cada vez que pasa un auto, y la dificultad que le agregar jugar en pleno cerro, cuando la pendiente nos la pone difícil. Por ese ímpetu del fútbol chileno hoy brindamos. ¡Salud!